Nos enseñaron a perseguir el dinero, pero no a comprenderlo. A ganar, pero no a gobernar. A ahorrar, pero no a multiplicar. Sin embargo, la verdadera prosperidad no se produce con ansiedad, sino con sabiduría. El dinero no premia al que más corre, sino al que entiende sus leyes invisibles.
Hay personas que trabajan día y noche, y aún así viven con la sensación de escasez. Y hay otras que, con paz y propósito, ven cómo la provisión llega sin forzar. ¿Qué las diferencia? No es suerte. Es conciencia. El dinero responde a la fe tanto como al esfuerzo.
“Cuando entiendes que la abundancia es obediencia a un principio, dejas de mendigar y comienzas a administrar.
— Daniel A. Baute R.
El dinero no es enemigo. Es un instrumento de propósito. Cuando se usa con sabiduría, se convierte en una herramienta divina para bendecir, crear, sembrar y multiplicar. Pero cuando lo tomas desde el miedo o la codicia, te esclaviza y se escurre como agua entre las manos.
- 1. Ley de la siembra: no puedes cosechar lo que no siembras, ni retener lo que no das.
- 2. Ley de la honra: lo que no honras, te abandona. Honra tu trabajo, tu tiempo y tus recursos.
- 3. Ley del orden: Dios multiplica lo que está en orden, no lo que está en caos.
- Creer que más dinero resolverá lo interno.
- Vivir sin un propósito claro para administrarlo.
- Temer invertir, pero derrochar sin conciencia.
El dinero es un espejo: refleja cómo piensas, cómo sientes y cómo crees. Si dentro hay miedo, escasez o desorden, eso mismo se proyectará fuera. Pero si dentro hay propósito, gratitud y visión, la abundancia se manifiesta.
No atraes lo que deseas. Atraes lo que estás preparado para administrar.
“A quien es fiel en lo poco, se le confiará lo mucho.”
— Lucas 16:10No corras detrás del dinero. Haz que el dinero siga la voz de tu propósito.